
Por Brendaly Morel
El auge de las candidaturas independientes en la República Dominicana ha encendido un debate profundo sobre sus repercusiones en la estabilidad política y la integridad de nuestras instituciones. A primera vista, esta modalidad se presenta como una respuesta a la creciente desilusión que muchos ciudadanos sienten frente a un sistema partidario tradicional frecuentemente señalado por prácticas de corrupción, nepotismo y clientelismo. Sin embargo, la relajación de los requisitos para postularse sin el aval de estructuras consolidadas encierra riesgos que requieren un análisis riguroso y matizado.
En el escenario global, no es raro observar cómo naciones con sistemas políticos vulnerables han sido blanco de injerencias, en las que actores externos aprovechan vacíos regulatorios para impulsar liderazgos que, bajo la apariencia de independencia, responden en realidad a agendas foráneas. La posibilidad de que el financiamiento de estas candidaturas provenga de fuentes opacas abre la puerta a que intereses ajenos moldeen el destino del país, desvirtuando el ejercicio soberano de la voluntad popular.
Opiniones de expertos han advertido sobre las posibles consecuencias de este fenómeno en sistemas políticos con estructuras partidarias débiles.
El politólogo italiano Giovanni Sartori ha señalado que la fragmentación política sin mecanismos de cohesión puede generar ingobernabilidad y afectar la estabilidad democrática. Según su análisis, los partidos políticos no solo estructuran el debate político, sino que también actúan como canales de representación y control. La irrupción de liderazgos individuales sin respaldo institucional podría, en ciertas circunstancias, debilitar la toma de decisiones colectivas y exponer al Estado a influencias externas.
En ese mismo orden, el politólogo dominicano Freddy Ángel Castro ha advertido que las candidaturas independientes, si no están debidamente reguladas, podrían permitir el acceso al poder de actores con agendas poco transparentes. En un escenario hipotético donde no existan controles efectivos sobre su financiamiento, estas candidaturas podrían ser utilizadas para fines contrarios a la soberanía nacional.
Por su parte, Servio Tulio Castaños Guzmán, vicepresidente de la Fundación Institucionalidad y Justicia, alerta sobre la importancia de contar con un marco normativo sólido que impida la infiltración de intereses externos. Para Castaños Guzmán, la ausencia de controles rigurosos podría transformar, en teoría, a los aspirantes en instrumentos de agendas foráneas, amenazando la integridad del proceso electoral y, por extensión, la soberanía nacional, aun cuando en la práctica dominicana este fenómeno no se haya materializado.
En última instancia, la grandeza de una nación se mide por su capacidad de evolucionar sin comprometer su estabilidad. La República Dominicana tiene el deber de fortalecer su sistema electoral y su ordenamiento jurídico para evitar que la apertura política se convierta en una vulnerabilidad. Solo con reglas claras y una ciudadanía vigilante se podrá garantizar que la democracia siga siendo un instrumento de libertad y no un canal para intereses ajenos a la voluntad del pueblo.